Fots del Evento

Él fue la víctima más sufrida. Su camisa azul quedó empapada al igual que su combo de toallas blancas. Pero resultó evidente que sudaba feliz. El sábado a la noche, Diego Torres ofreció en el Orfeo Superdomo un concierto que lo ratifica como el cantante pop del momento. Y, de pasó, perdió algunos kilos. Torres cantó ante siete mil personas que formaron una audiencia heterogénea: niños, mujeres (en su mayoría), hombres y alguna que otra abuelita. Este arrastre “multitarget”, más es el hecho de que en su espectáculo prevalece la música por sobre cualquier artificio, distingue a Diego Torres del inmenso pelotón de cantantes latinos. Es más, a estas alturas, Diego Torres es “el aporte argentino” al renglón pop latino, así como Luis Miguel es el de México o Ricky Martin el de Puerto Rico. Con una banda de acompañamiento de 10 músicos (los coreutas Magalí Bachor y Alex Batista, baterista, bajista, percusionista, saxofonista, trompetista, pianista y dos guitarristas), Diego se mostró dúctil a la hora de pisar firme en el flamenco, la salsa y el reggae, los géneros que a lo largo de su carrera ha sabido ensamblar con un pop adhesivo, de consumo inmediato. El concierto empezó con un bloque movidito en el que se escucharon Soy de la gente y Por ti yo iré, entre otras. Hasta ahí, no hubo respiro y todo sonaba como un disco de alta fidelidad. Luego llegó una seguidilla de baladas que, hoy, quedan a contramano de la exaltación rítmica que se adueñó de Torres. Pero, claro, las fans más acérrimas celebraron con Conmigo siempre, Almas gemelas, Secretos y Quise. Cada canción contó con la proyección de un clip respectivo y con un contrapunto vocal particular (Torres sabe interactuar con sus coreutas y cederles protagonismo). Agotadas las baladas, el show entró en su pasaje más excitante, en el bloque que encabeza San Salvador. En ese momento, Diego recita sobre una base trip hop y en algún momento se le oye “dejen de engañar”. Es el correlato en el pop de alcance masivo del “que se vayan todos”. En ese momento, se vivió cierta conmoción que se fue aflojando con el desarrollo del repertorio. Además, fue allí que Diego se probó como un gran dominador del espíritu café concert. No sólo contó anécdotas como si estuviera en el living de su casa (una de ellas sobre un sandwich de milanesa en plena ruta cordobesa) sino que se reveló como un digno heredero de Gasalla o Perciavalle. Y así, mansamente, fue llegando el final con Penélope, Qué será y Color esperanza. Entonces, Torres perdió sus tres kilos por show y la gente sonrió por haber visto un show impactante. A eso se reduce la lógica del pop.