Fots del Evento

Embajador de la felicidad



El viernes a la noche, León Gieco se demoró apenas media hora para
empezar su concierto en el Orfeo. La impuntualidad no es un rasgo del cantautor
santafesino, pero el sereno ingreso de las 5.700 personas al recinto obligó
a la producción a llevar un poco más allá el inicio.

Escenografía modesta, espacio suficiente para distribuir instrumentos y
León que camina solo con un papelito en la mano. Ahí nomás,
relató cómo iba a ser su show. “Por una hora no voy a hablar.
Vamos a hacer el disco Bandidos rurales, que tantas satisfacciones me ha dado.
Luego vendrá un intervalo. La idea es recuperarse para tocar muchísimas
canciones”.

No bien terminó, se le sumó el tecladista Luis Gurevich, mucho más
que un músico de acompañamiento, dado que es quien produce con León
y compone en colaboración. Solos los dos, interpretaron La memoria, acaso
el tema que resume la pretensión de León como músico popular:
Las canciones deben agitar la conciencia; mirando el pasado pero con proyección
de futuro.

Presentado el resto de los músicos, se entró de lleno a las canciones
de Bandidos rurales. Y con la revisión consumada, el espectador cae en
la cuenta que, si no fuera por los ásperos blues El ídolo de los
quemados y Bandidos rurales, la obra es bien reposada, mecedora. León no
cumple con su palabra y habla entre tema y tema. Lo que dice ayuda. Cuenta la
historia por detrás de De igual a igual y se ensaña con (José
María) Aznar, el primer ministro español. “Hijo de puta, fascista,
te voy a cagar a trompadas”, fanfarronea después de haber cantado
con espíritu litoraleño: “Si vos querés que vuelva
al lugar donde nací/, yo pido que tu empresa se vaya de mi país”.



Atahualpa y las madres



También habla de Atahualpa Yupanqui, de cómo se decidió
a musicalizar La guitarra, un poema del Don. “Espero que le guste”,
se esperanza tirando un beso al cielo. Cuenta que Las madres del dolor no son
sólo las de Plaza de Mayo sino las que perdieron hijos en democracia y
por gatillo fácil. Candombea por Uruguay, le canta a Buenos Aires (de tus
amores) y reivindica a los creadores ocultos del noroeste con la coplita Ruta
del coya.

Después sí, llegó el gesto de recostarse sobre la gigantografía
que reproduce el árido paisaje campero de la tapa de Bandidos rurales.
Se sabe, mientras se consumen los acordes finales de El ídolo de los quemados,
León se viste como Mate Cosido y pone gesto malevo. La idea es que se vea
“tan difícil de atraparle”; tanto como “alambrar estrellas
en tierra de nadie”.

Hasta ahí, una más de las tantas representaciones de Bandidos...
en territorio cordobés.

Pero no está nada mal tamaña introducción para el tradicional
desfile de clásicos como Pensar en nada, Carito (con Raly Barrionuevo)
y Los Salieris de Charly (que tiene el encendido pedido de “¡cárcel
a Pinochet!”).

A todo esto, las butacas enumeradas pasaron al olvido, los chicos de La Luciérnaga
bailaban a un costado y el artista parecía feliz por un nuevo reencuentro.
Por mostrarse, una vez más, como embajador de bonhomía, corrección
política y felicidad. Ahora le toca a la audiencia. Las canciones de León
ayudan a ser mejores personas.